PURA AVENTURA: UN VIAJE A LA VIGI (by @_nicollerena)

¿Sos de esas personas amantes de la aventura, los buenos paisajes y disfrutar con amigos? Entonces, ¡esta nota es para vos!

Nico Llerena nos cuenta su experiencia en el centro de escalada la Vigilancia, a tan solo 433 km al sur de Capital Federal.

“La Vigilancia es un lugar muy especial por dos cosas: su paisaje extraordinario, ver el atardecer desde allá arriba es una de esas experiencias que valen la pena disfrutar.

Y el otro aspecto, aún más efímero, es que es un lugar mágico. Quien haya ido al Chaltén o al Frey sabe que hay lugares que tienen una energía que los enriquece, que hace que uno se sienta bien apenas llega. Eso sentí cuando estuve en la Vigi”.

 “Sábado a la mañana, me subí al auto con un destino fijo: Sierra de la Vigilancia. Unos cientos de kilómetros de ruta, por medio de los campos de Buenos Aires, me separaban de unas antiguas dunas solidificadas que hoy son perfectas para escalar. Pero nunca hay que ir a escalar solo. Entonces busqué al Piojo y a Robert por sus casas. Cargamos todo el equipo, la comida y salimos.

El viaje fue un placer. Salimos del conurbano por Cañuelas y, si bien era el fin de semana de carnaval, no había nadie en la ruta así que, después de un par de mates, llegamos a Balcarce. En la entrada de la ciudad cargamos nafta y compramos todo para un buen asadito.

Nuestra idea no era dormir en la ciudad, más bien en el refugio que queda al pie de las sierras.

Como explicarles que la palabra refugio le queda corta: es un complejo en el cual hay unos domos, un edificio con cocina, baños y duchas y varias parrillas. (#Datodecolor: el baño tiene música).

Llegamos y bajamos todo lo necesario del auto, dejando las cosas en el domo que nos tocaba. Nos abrigamos un poco (sí, ¡refresca fuerte a la noche!) y subimos unos metros de la sierra para reconocer el lugar. Antes de que anochezca, volvimos al refugio para preparar el fuego y hacer el asado.

Foto Crédito: Robert Wilson

 “Sábado a la mañana, me subí al auto con un destino fijo: Sierra de la Vigilancia. Unos cientos de kilómetros de ruta, por medio de los campos de Buenos Aires, me separaban de unas antiguas dunas solidificadas que hoy son perfectas para escalar. Pero nunca hay que ir a escalar solo. Entonces busqué al Piojo y a Robert por sus casas. Cargamos todo el equipo, la comida y salimos.

El viaje fue un placer. Salimos del conurbano por Cañuelas y, si bien era el fin de semana de carnaval, no había nadie en la ruta así que, después de un par de mates, llegamos a Balcarce. En la entrada de la ciudad cargamos nafta y compramos todo para un buen asadito.

Al día siguiente arrancamos sin despertador, muy tranqui, desayunamos y preparamos el equipo. Hay algo bastante especial al preparar el equipo, no solamente es un chequeo de lo que se está llevando sino que, además, se divide la carga (teníamos 1 cuerda, 12 cintas expreses, varios mosquetones, algunos descuelgues, 3 cascos, 3 arneses, 5 litros de agua y un termo para mate, comida, abrigo, linternas y el equipo de fotografía de Robert).

Foto Crédito: Robert Wilson

Empezamos a subir por la sierra. Al principio, es todo bien llano. Pero a partir los 100 metros del refugio, la pendiente es más intensa hasta los 300 metros. No parece mucho, pero agota porque no cambiamos el aire hasta llegar arriba.

En la planicie de la cumbre se da un paisaje único: pedregales, pantanos, matas de pasto y algún que otro árbol. Es bastante particular, único. Sobre todo por el contraste que presenta con el pastizal que acabábamos de dejar en la planicie.

Caminamos buscando las vías de escalada y llegamos hasta el Nido (lugar que elegimos para escalar). Se llama así porque es una cueva gigante que permite refugiarse del sol. Desde ahí, se pueden escalar una docena de vías de distintos gradientes, hay vías para todos, desde principiantes hasta avanzados. Y además, ubicado en una saliente de la sierra y a mitad de altura  ¡tiene una vista imperdible!

Desde el Nido, entonces, los tres empezamos a escalar sin parar. Es una experiencia muy particular la de escalar en roca y no voy a describirla, lo que si voy a decir es que cada vez que escalo encaro mis miedos, llevo mi cuerpo al máximo y disfruto mucho de lo que hago.

Cuando estaba por caer el sol, guardamos todo y empezamos a bajar con las linternas prendidas para volver a los domos.

Al día siguiente muy tranquilos y renovados, nos volvimos a Buenos Aires“.

Foto Crédito: Robert Wilson